Cuando el miedo se nombra: el origen de «terror»
La palabra «terror» proviene del latín terror, que a su vez se deriva del verbo terreo, cuyo significado es «hacer temblar». En sus primeros usos, designaba literalmente una reacción física ante el miedo, esa sensación de agitación o estremecimiento. Con el tiempo, el término pasó a referirse al sentimiento mismo —el temor intenso que puede paralizar o sacudir— y de ahí nacieron palabras como «aterrorizar», «terrorífico» o «terrorismo».
«Horror»: cuando se te pone la piel de gallina
Un término cercano es «horror», que proviene del latín horrōrem, derivado del verbo horreō, que significa «erizarse» o «ponerse los pelos de punta». Aunque hoy en día se usa más ampliamente para describir un miedo o una repulsión intensos, originalmente hacía referencia a una respuesta física: el escalofrío o el erizamiento de la piel ante algo aterrador. En inglés, «horrible» y «horror» conservan este matiz corporal, que en español se refleja en expresiones como «me da horror».
Espíritus, fantasmas y almas en pena
La palabra «fantasma» tiene una etimología más etérea. Proviene del griego phaínomai, que significa «aparecer» o «mostrarse», y de su derivado phantasma, que se refería a una «aparición» o «imagen». En inglés, «ghost» viene del inglés antiguo gast, que originalmente significaba «espíritu» o «aliento vital». Durante siglos, tanto el griego como el inglés han combinado los conceptos de respiración, alma y visión espectral. De ahí que expresiones como «dar el último aliento» o «pasar al más allá» sigan conectadas con la idea del alma que se separa del cuerpo.
El poder evocador de las palabras
Términos como «bruja» o «witch» están relacionados con la sabiduría femenina ancestral. «Witch» proviene del inglés antiguo wicce, relacionado con «wisdom» (sabiduría), mientras que «bruja» podría derivar de una raíz prerromana vinculada a la magia o la adivinación. Así, palabras que hoy nos suenan oscuras, en su origen aludían al conocimiento y la conexión con la naturaleza.
Todas ellas comparten la fusión entre lo físico y lo simbólico. El terror nos hace temblar, el horror nos eriza la piel, los fantasmas se nos aparecen, y las brujas conjuran. El lenguaje invoca sensaciones. Cada una de estas palabras despierta algo en nosotros: el frío en la nuca, la sombra en el pasillo, el susurro en la oscuridad.
Más allá de las películas de miedo o de las fiestas de Halloween, el verdadero poder del terror reside en las palabras. Nos recuerdan que el idioma no solo describe el mundo, sino que también da forma a lo que tememos. Y, como bien sabían los antiguos romanos, nombrar algo es darle existencia. En este caso, nombrar el miedo es también enfrentarlo… y, con algo de humor negro o una linterna en la mano, tal vez hasta conseguir ahuyentarlo.



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