Herramientas como DeepL, Google Translate o los sistemas propios de algunas empresas han consolidado este proceso, que promete ahorro de tiempo y costes. Sin embargo, detrás de esta ventaja aparente se esconden retos y debates que afectan al sector y a la esencia misma del trabajo lingüístico.
A primera vista, la posedición parece una solución eficaz: permite gestionar documentos extensos, mantener la coherencia terminológica y responder con rapidez a la demanda del mercado. No obstante, la calidad final depende tanto de la madurez del motor de traducción automática como —y sobre todo— de la intervención humana. Cuando el texto generado por la máquina es pobre, ambiguo o descontextualizado, el esfuerzo del traductor se multiplica. Reestructurar frases, corregir incoherencias y conseguir un texto fluido, natural y fiel al original son tareas que exigen pericia y criterio profesional.
El aspecto más conflictivo es, sin duda, el de las tarifas. Muchos clientes presuponen que la posedición requiere poco esfuerzo porque «el texto ya está hecho» y esperan precios muy inferiores a los de una traducción tradicional. Esta percepción, bastante extendida, pasa por alto que una mala traducción automática exige una labor de edición mucho más profunda, minuciosa y compleja que hacer una traducción desde cero, sobre todo en textos creativos o técnicos. El traductor pone en juego todo su bagaje lingüístico, su adaptabilidad y su capacidad analítica para reconstruir el mensaje y garantizar la máxima calidad.
Esta paradoja genera frustración entre los profesionales. El esfuerzo aumenta, pero la remuneración no se ajusta al trabajo realizado. El sector se enfrenta, así, a un reto ético y económico de gran calado: cómo lograr que el valor de la posedición sea reconocido y compensado de manera justa, y cómo hacer entender a los clientes que el precio debe reflejar la dificultad y el grado de especialización del texto de partida. Algunas agencias y traductores han aprendido a sacar partido de la posedición: solo aceptan proyectos basados en IA de alta calidad y han definido unas pautas concretas para evaluar el texto de partida y ajustar la tarifa al esfuerzo real. Aun así, el mercado todavía necesita mucha más concienciación en este sentido.
Pese a estas dificultades, la posedición bien planteada puede incrementar el volumen de trabajo, optimizar la productividad y aprovechar lo mejor de la tecnología sin renunciar al factor humano. En un entorno globalizado y automatizado, la clave está en combinar la rapidez de la inteligencia artificial con la experiencia lingüística, sin olvidar que la máquina destaca por su velocidad, pero el profesional es insustituible en cuanto a calidad y precisión.
Reconocer, negociar y valorar el papel del poseditor es esencial, no solo para proteger el sector, sino también para garantizar la excelencia. El futuro pasa por hacer de la tecnología una aliada que refuerce —y nunca sustituya— el trabajo del traductor, capaz de transformar una traducción en un mensaje efectivo y bien adaptado.